La verdadera realidad es aquella que contempla el mundo en todas sus dimensiones. La verdad es todo cuento existe; el origen de las cosas y finalmente el presumible final que el destino nos tiene reservados. Solo aquel que ha logrado subir a lo más alto de la montaña, es capaz de contemplar las serpenteantes siluetas del río allá abajo, en el valle.
Cuando estamos inmersos en sus aguas luchamos enconadamente por evitar perecer ahogados. Nos resulta prácticamente imposible estabilizar la barcaza que usamos para trasladarnos y avanzar a lo largo del río de la vida. E incluso, sin darnos cuenta, durante parte del viaje, mantenemos la vista perdida en los cursos dejados atrás; en las aguas que pasaron, en horizontes alejados de nuestro mañana y confusos dentro de la neblina del presente. No prestamos una necesaria y adecuada atención en estabilizar el navío. Muchos perecen ahogados en el sin sentido de una travesía que carece de rutas seguras, cartas de navegación, e instrumentos propicios que nos faciliten orientar la brújula que señala el norte en océano del mundo; otros sucumben bajo el peso de una excesiva carga que hunde y aplasta sus frágiles barcas; y algunos ni siquiera levan anclas por temor a lo desconocido, mientras tributan su conformismo cubierto de ficticias seguridades y acallan el clamor de sus vacíos corazones con la cierta cantinela vivencial de la rutina, en el puerto de las costumbres, en el país de los hombres-grises, en el mundo que olvido soñar...
Publicado por Manuel Estrada Villodres