
No hemos venido a este mundo para conquistarlo, mas bien para permitir que sean sus luminosos y resplandecientes ejércitos de insuperable belleza, quienes nos conquisten en lo más profundo de nosotros mismos. Quienes han despertado al milagro de la vida; que se expande como un arroyo sobre las tierras fértiles de la consciencia, saben que es inevitable sucumbir finalmente ante sus poderosos ejércitos de luz. He aquí las legiones celestes que se extienden como el rocío, sobre campos sembrados de esperanza y de regocijo ;los trinos de aves cubiertas de aire en la danza del sol; las canciones del viento sobre los trigales cuando cae la tarde; las olas de mares insondables que mueren un instante en la orilla fugaz de la arena, para renacer en la espuma y en sal de océanos misteriosos; el vuelo geométrico del águila ávido de libertad en pos del infinito; cielos azules que acarician y desgranan los colores en las manos del peregrino; el olor hondo de la tierra mojada, cuando el otoño cubre, melancólicas, las altas cumbres; el beso tímido del jugo del melón, en los labios resecos del verano, y la lluvia sobre los cristales, como una canción eterna de mágicas sinfonías añoradas en la niñez , que breve como un sueño, se despoja de su inocencia hasta cubrirse de nieve y frio, pues solo el niño conoce el calor del corazón vivo en la luz del amor... He aquí que sucumbí a la canción de la noche...quede dormido y volé hasta lugares ignotos de indescriptible belleza. El mundo teje con hilos de plata invisible, lunas de cristal sobre las aguas del lago , que añora abrazar mares de estrellas.Las hojas del otoño, alfombran la tierra al paso de la luz en los senderos de la tarde, y yo,,postrado y de rodillas, me someto a la fuerza de mi señor, el espíritu del mundo en la sonrisa de un niño, que es el disfraz de Dios.
Manuel Estrada Villodres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario