Hijo, si miras hacia dentro veras en tu honda inmensidad las alas del espíritu que anhela elevarse más allá de los confines de tu humanidad. Y un sufrimiento casi ultimo y agotado que llora su dolor por la herida abierta, derramara su última lagrima, y un lamento huérfano de manos y de bocas se esparcirá sobre tus ojos como la bruma temprana que anuncia un nuevo día. Y la luz ya no podrá ser quebrada por el hierro, ni la herida abierta se llenara del polvo sediento de la soledad que implora al amor desgarrado un beso ;...Y veras la mirada nuclear de la luz abrazar tus cansadas pupilas, y sentirás el abrazo de los viejos poetas del valle de la alegría tañer el calor sereno de la verdad en tu pecho, como una canción entre los arroyos que juegan a ser agua y salta, niña, de piedra en piedra riendo la fresca caricia de lo blanco y de la tierra.
_ ¡Ah, Maestro mío...! Toda mi alma entera se desvanece como un copo de nieve, frágil universo de un cristal imposible, sofocado por el beso solar de la luz. Ya no soy quien fui, ni soy quien pretendo...
_Son los huesos que se estiran, la fiebre de una nueva vida que estremece al corazón y se incrusta como una raíz de loto, entre las tierras resquebrajadas de tu interior, hijo mío. ¡Quien solo se reconoce a sí mismo no conoce el sufrimiento de ninguna muerte! Apenas el dolor efímero de perder aquello que guardo con tanto celo. Pero a quien el alma vio volar más alto que su nombre, y el amor hechizo con los conjurados versos del amor verdadero, perdió su rostro, y estallo con la luz nueva en el arco-iris de la Aurora.
Publicado por Manuel Estrada Villodres

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