Caminábamos en un ruidoso silencio cuyos sonidos estremecían mis pensamientos y erizaban mi piel. Era todo maravillosamente imposible. Mi mente parecía estar más lucida que nunca, y aquel lugar... era tan diferente a cuanto había conocido en la Tierra-¿Dónde estaba? De pronto, movido como por un resorte, el ser que parecía liderar aquella comitiva de "hombres de nieve" me miró sonriente y habló de viva voz por primera vez...-Éste, querido y sorprendido hermano, es uno de los muchos mundos físicos preparados para recibir a los hijos del Universo Evolucionario del Padre. Es en sí mismo un planeta madre cuyas características básicas fueron copiadas y usadas para crear vuestros mundos originarios, de tal modo que al ingresar en ellos tras vuestra muerte física, no experimentáis ningún tipo de rechazo traumático, porque la vida no experimenta cambios aún...-¿Quién eres?. Soy Athia, uno de tus 7 agregados personales. Tú me identificarás como el ángel del conocimiento, y te serviré de enlace con todas las realidades superiores y seres sobrenaturales que formarán parte de tu progreso en los mundos que te han sido asignados a partir de ahora.
El aire mecía suavemente las ramas de frondosos y altos árboles que no supe distinguir. Desde que desperté en aquel resplandeciente "templo de la resurrección" no había tenido apenas tiempo para despertar. Desde el "templo" nos dirigíamos a una ciudad, de casas blancas de una sola altura que se encontraban semienterradas por una exuberante vegetación que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, era, sencillamente, un deslumbrante estallido de vivos colores bañados por una luz matutina muy suave y reconfortante. De pronto, al encaminarnos hacia una suave colina, me sorprendió el sonido melodioso de un arroyo que discurría serpenteante hacia aquella luminosa ciudad. La serena y limpia belleza de aquel lugar me sobrecogió, y sin darme cuenta, por un instante, me olvidé de cuanto había vivido en la Tierra, e incluso de Rebeca y de mis hijos. El cielo estaba encumbrado por sedosos cirros que embellecían aún más el espectáculo azul de aquel mundo. Mis acompañantes me miraban de vez en cuando, sonriendo pícaramente, conscientes de cuantas emociones turbaban felizmente mi ser, sin detener su marcha. Y tras un tiempo que no sabía describir, llegamos a la ciudad que supe se llamaba "Crimea", una de las 70o ciudades de aquel mágico pero familiar mundo al que acaba de despertar, o llegar, ya no estaba seguro...
Publicado por Manuel Estrada Villodres
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