Crimea...era una enorme y armoniosa extensión de belleza y vida en constante movimiento. Athia se detuvo y sostuvo mi mirada, me pregunto sobre mis sentimientos... Estaba aturdido, invadido por una poderosa sensación de vitalidad y júbilo que me inflamaba como si un sol radiante orbitase en mi ser.
-Siento amor, le respondí un tanto ruborizado. Athia me sonrió y me invito a entrar por entre un hermoso arco marmoleo abrazado por tupidas madreselvas en cuya elevada corona se leía una curiosa leyenda: “Solo el Amor os permitirá entrar en la ciudad donde comienza la vida. Quien Ama, siempre perteneció a ella".
Jamás pude imaginar tanta belleza. Mi mente estaba ávida y hambrienta de conocer los secretos de Crimea. Y algo sorprendente fue sucediendo en mí al entrar en aquella deslumbrante ciudad rebosante de gentes desconocidas, luz y alegría, mi mente empezó a comprender la realidad que me envolvía a una velocidad impropia de mí natural y tosca torpeza. La mirada penetrante e inevitable de Athia me hablaba en silencio a cada paso que acertaba a dar en aquellas calles blandas, como de un material que se adaptaba a mi peso y facilitaba mi avance. Me llamó poderosamente la atención las casas, eran como cabañas redondeadas sustentadas en un lecho de vegetación sólida, que irradiaba una luz violeta que alcanzaba unos tres metros de altura y rodeaba el destechado y acogedor habitáculo. Pero lo que más me conmociono fue el increíble espectáculo racial y humano de criaturas de todas las formas, alturas y rasgos posibles. Era sencillamente extraordinario...El viaje empezó realmente.
Publicado por Manuel Estrada Villodres
No hay comentarios:
Publicar un comentario