El tiempo se detuvo inesperadamente. De repente cuanto me rodeaba, quedo eclipsado por la luminiscencia serena que emitían los cuerpos de quienes antaño habían sido mi familia en la Tierra. Todo se difuminó como si nada existiera excepto, quienes sonrientes y cálidos, se hallaban frente a mí...y nada más veía y sentía.
"-Este es el lugar del reencuentro de quienes despiertan del sueño de la Muerte tras un largo viaje. La luz de la Vida no cesa jamás de alumbrar el Alma de mis hijos. Esa luz es el Don de mi Espíritu, y el Regalo de mi Amor a todos vosotros.-" Percibí esa voz en mi con una fuerza solemne y rotunda. Aunque no sabía de donde procedía realmente. Mis emociones se hicieron cálidas como una lluvia mansa y esperada por mucho tiempo.-
-"Siempre estuve en tu ser, desde el principio de mi anhelo de tu existencia, pues tu naciste en mí, y en verdad yo nací al mundo en ti, pero el ruido ensordecedor silenció mi voz, y selló temporalmente aquel lugar en tu alma cuya luz ilumina el camino de nuestra unión."
-Entonces supe, de un modo asombrosamente esclarecedor, que aquella voz interior era la voz del ser supremo que mi lejano pueblo adoraba como Yahvé, y que había errado en mi pensamiento acerca de la inmensidad inalcanzable de su presencia, pues lo sentía en mi, tan cierto como mi "nuevo cuerpo" y todas las extraordinarias sensaciones que captaba de instante en instante. Esa voz, como podría describirla, era el sonido del amor, como las olas lo son del mar, y el viento y la lluvia de la tierra.
La sensación de paz me invadió. Todo mi llanto lloró sus últimas lágrimas, y algo profundo, conmovedor y maternal. Me abrazó invisiblemente y sentí de nuevo una voz reconciliadora que deposito en mí alas de una libertad fresca y confiada.
"El Supremo Amor del Padre de los Universos es la medida con que todos sus hijos seréis juzgados. Mi Luz vela siempre por vuestros caminos más allá del tiempo en los espacios de la Creación. Se bienvenido, hijo de la Alianza de los Peregrinos de la Luz."
Caminé lentamente hacia ellos. Eran jóvenes, pero de una majestuosidad que infundía un reverencial respeto. Allí supe de mis queridos tíos y del pequeño Amos. Y de mí añorado tío-abuelo. Me abrazaron y sentí un fuego intenso que cauterizo mis viejas heridas de antaño. Al fondo de la inmaculada y cristalina sala aguardaban mi padre y mi hermano. Temblaba. No tenía frió. Tiritaba, pero el calor ascendía cada vez con más fuerza. No recordaba a mi padre así. Su cuerpo era musculoso y tan joven como yo. Mi hermano estaba envuelto en una luz que brotaba de todos los contornos de su cuerpo. Pero había algo muy extraño en El, esa luz...esa extraña luz viva... ¡era El! Sin que apenas tuvieran tiempo de reaccionar me puse de rodillas, pero Jesús me tomó de los brazos y me alzó mirándome a los ojos hasta vencerme de dulzura como siempre hacia...
Hermano mío, ¿por qué te inclinas ante mí? ¿Acaso no sabías por mí de estas cosas? He venido con los hijos de mi sangre, tú familia, para recibirte junto a quienes han depositado su fe en la Vida del Padre y en el servicio amoroso a todos los mundos en espera del despertar espiritual. Después de un tiempo, mi querido hermano, en el cual seas educado en las escuelas de la vida universal, vendrás junto a mí a servir a tus hermanos...
-Mi Maestro y mi hermano, yo soy insignificante.
-Hermano mío, solo a través de la sencillez se definen los verdaderos maestros. Yo te mostrare el camino de la sencillez...Ve ahora con nuestro padre material, él te espera. Nos veremos en El Templo de la Vida, después de completar tu aprendizaje. Ve en paz.
-Mi Maestro y mi hermano, dime ¿dónde marchas?
-Lo sabes, hermano mío, mi reino tampoco es de este mundo....
Publicado por Manuel Estrada Villodres
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