Era imposible. No fui capaz de pensar ni de sentir nada que me permitiera entender aquella realidad sumergida constantemente en un estado de sueño grácil y profundamente alimentador de mi nueva hambre como ciudadano de ese mundo extraño. Mi padre estaba radiante, como la luz de los campos encendidos de verano inocente, de flores risueñas entre las crestas de los montes que se adivinaban serenos pero rígidos sobre la lejanía. ¡Me sentía tan diminuto e insignificante!...
...Pero al instante, un corro de niños venidos del desconcierto entre callejuelas de colores y sonidos alegres, asaltaron con abrazos mi confusión, y se asomaron felices ante mi angustia devorando con sus cantos frescos el dolor de mi alma...Mi Padre se volvió-intuyendo a mi corazón parado de espanto-y tras sonreír sabiendo el origen de mi duelo, dijo entre suspiros que se clavaron en lo más hondo...;
¡Hijo, algún día descubrirás que la belleza reside en la simpleza del amor, en la inocencia del beso, en la risa desprendida de la niñez. No temas contemplar a los niños. Ellos, nos devuelven a la verdad de nuestro origen. No son nuestra niñez en sí misma, sino la perfección de la nobleza en el alma del hombre.
...Y yo quede en silencio...mis labios lloraron mudos la verdad del amor, y mis lágrimas enjugaron todo el desacierto antiguo de siglos de oscuridad entre mis manos y mi memoria. Quedé suspendido en el vació del sentimiento mientras seguía tras mi padre un camino de piedra entre callejas de hierba y casas de madera enredadas en la roca. ¡Todo olía a vida!...Dejamos atrás el templo, y las pequeñas y frágiles cabañas que eran como un cuento imposible entre mi escepticismo de hombre aún. Tras seguir un sendero entre sicomoros y robledales, llegamos a una aldea bellamente enrejada entre paredes de una vegetación desconcertante y de penetrantes fragancias. Mi padre, se volvió y sonriente, con su mano sobre mis hombros, soltó algo que jamás olvidaré...
...Hijo, entra en tu casa. Éste es el templo de mi alma inmaterial, dado a mí por tu hermano y mi hijo, que es quien dio vida a la vida y de quien nace cuanto ves aquí.
-Yo sabía que mi hermano era....Pero tanto... ¿Cuánto me quedaba por ver?..¿Se podía llorar de felicidad?...Antes nunca mis lágrimas rieron la luz del mudo, ¿pero ahora?...
Entramos en una estancia que formaba parte de un lugar engarzado entre múltiples casas unidas entre sí como haces de luz al mediodía. Había numerosas familias de irreconocibles criaturas que festejaban mi llagada... ¡El hijo de José ha llegado!... ¡Bienvenido a quien germinó como el loto entre la arena del desierto...!...Cánticos y bailes junto con bandejas de frutos y semillas danzaron a mi alrededor, más todos parecían saber de aquel que había sido decapitado y crucificado entre estertores de espanto y dolor....
Al llegar a un patio central entre tímidas fuentes de agua cristalina, observé varias mujeres cubiertas con azules mantos de seda deslumbrante. No sé por qué lo hice, pero de repente me situé frente a una señora que vertía agua entre jilgueros sobre un cántaro de barro. De pronto se volvió, y unos interminables ojos verdes invadieron mi alma con una fuerza inusitada... ¡Mama María...!... ¡Mama María...!.. Y un llanto lleno de mares de nostalgia se desbordo en las costas de mis ojos, llenándome de la sal casi olvidada de mi madre y de sus manos arrugadas de soledad...
Publicado por Manuel Estrada Villodres
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