Mar nuevo

En mitad de la penumbra oí tu canto de aguas mecerse en la madrugada. Estábamos solos. El viento escribía versos de notas melancólicas sobre los dormidos árboles. La noche era como una canción de cuna apacible que elevaba sus sueños hasta las vigilantes estrellas. Mirabas la tenue luz de mis pies, en el camino, con el sol nuevo de tus ojos cálidos, y al extender hacia mi soledad tus brazos, todo latido de mi corazón se desbocó como corceles jóvenes atraídos por el extenso valle y los interminables senderos. Solo un instante de rubor encendido desnudo mi vergüenza, pero la aurora disimulo el fuego de mi amor en la cara, que cayó tembloroso hacia mis manos inquietas, quemando sin tu saberlo la escarcha que aún brotaba de entre las sombras.
-Tu mano se irguió blanca como una señal del cielo en mitad de la nada. Sus dedos eran de seda hilada con los corpúsculos de una luz diáfana. Tu sonrisa amaneció llena de estrellas aún en el cielo que nos separaba, y de repente, el océano de toda distancia se hizo apenas un hilo de agua que bañó cálido mi amor con tu mirada.
Ven, la luz que tejiste en tu alma, de dorados destellos, se hizo amanecer y se llenó de esperanza. No temas. Soy tu alma. En mí hallarás la Verdad que resplandece más allá de estas colinas, sobre las orillas de un mar nuevo.
-Sí, voy, pues tu eres la promesa de Aquel que vive en la Aurora...

Publicado por Manuel Estrada Villodres