Mi hermano y mi maestro siempre mostró una desconcertante serenidad. Con el paso del tiempo descubri que emanaba un poder extraordinario que atraia la atencion de cualquiera que pasase a su lado, como si Él tuviera gravedad propia. Desde que era pequeño, sin que Él se diera cuenta, lo miraba embelesado, mientras trabajaba en el cuarto de afuera terminando los trabajos de madera que mi Padre le encargaba. Mientras laboraba, entonaba versos del libro de los salmos, con su estremecedor vozarron de viento y armoniosas notas musicales. Lo amaba irremediablemente. Su poder, en cambio, no estaba en las habituales expresiones de dureza y acritud de los hombres que conocía... era el poder de la dulzura y del amor, como una corriente electrica inevitable que electrizaba las miradas. Era majestuoso como los campos sembrados de trigo, y cuando caminaba, creo que sentia la intensidad de la vida a cada paso. Amaba todo cuanto le rodeaba, y lo que era aún más desconcertante, lo mostraba graciosa y abiertamente, sin tapujos ni falsos prejuicios. Nunca se reprimia de alabar a un hombre o a una mujer, pero tampoco evitaba reprochar el mal aparente de cualquiera.... era, sencillamente, y en verdad, paternal hasta el extremo de que el más desconfiado de los hombres, se daba cuenta de que ese extraño hombre, lo amaba, aún sin conocerlo. Así era, es mi hermano. Imposible de no ser amado...
Publicado por Manuel Estrada Villodres
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